lunes, 18 de julio de 2016

"Una Noche en el Hospital"

Cuento de Terror 13: "Una Noche en el Hospital"
AL DESPERTAR sobre aquella cama en el hospital, lo primero que vino a mi mente fue el coche rojo apareciendo de súbito en la esquina, y mi moto chocando y estallando en llamas cerca de un poste de la luz. Recordé las interminables volteretas en el aire y finalmente el doloroso choque contra el asfalto mojado. Luego, la oscuridad. 
    Me incorporé de la cama y miré hacia los pies. Esperaba encontrar mi cuerpo cubierto de yeso, pero me sorprendió descubrir que ni siquiera tenía una escayola en el brazo. Había salido milagrosamente ileso del accidente, y apenas si me dolía la cabeza, aunque me sentía más mareado que otra cosa. Giré la vista hacia la ventana; pese a que las celosías estaban cerradas supuse que debía ser de noche, porque el hospital estaba en calma y no se escuchaba el bullicio habitual de un sanatorio durante las horas diurnas.
    -Parece que fue un accidente con suerte- dijo una voz a mi derecha. Miré en esa dirección, y vi a un anciano recostado en la cama vecina, que leía un libro. Le dije que sí, que probablemente así había sido, y luego le pregunté si sabía cómo llamar a las enfermeras. 
    -Tiene un timbre ahí al costado- dijo el viejo, con gestos sorprendidos-. ¿Acaso le duele algo? 
     -No, pero tengo sed. Mucha sed. ¿Hace mucho que estoy aquí? 
    -No tengo idea, amigo. A mí me trajeron esta mañana, y usted ya estaba en la sala.

    Toqué timbre varias veces, pero la enfermera nunca apareció. De verdad me moría de sed, así que me levanté y me metí al baño y tomé agua del grifo. Cuando regresé, el viejo parecía dormido y su cuerpo flotaba, como un globo, a unos cuarenta centímetros de la cama. Comenzó a convulsionar, y cuando abrió los ojos vi que los tenía en sangre y su rostro hacía muecas de dolor o sufrimiento. Salí de la habitación y cerré la puerta detrás de mí, con el corazón enloquecido en mi pecho. En ese momento, por el largo pasillo del pabellón, un paciente caminaba apoyado en un trípode. Tenía la bata abierta y había cosas que se movían en su espalda; volteó para mirarme, y su rostro era un cráneo sin ojos. Corrí en dirección opuesta y me encontré con la sala de enfermeras al final del pasillo. No había nadie allí, aunque me llamó la atención que el lugar estuviese tan sucio y desordenado, como si no se usara durante años. Algunos azulejos habían caído de las paredes y el mueble del escritorio estaba cubierto de polvo y de trozos de mampostería desprendidos del techo. Ante mi desconcertada mirada, el lugar se fue haciendo más y más vetusto, las paredes se fueron cubriendo de moho, las luces del techo titilaron y luego se apagaron, más trozos de mampostería cayeron y algunos vidrios de los ventanales estallaron hacia adentro con un estridente chirrido. Seguí corriendo y me encontré con una escalera: la bajé a toda prisa mientras percibía que el hospital entero temblaba sobre sus cimientos, como si fuera a desplomarse de un momento a otro. Finalmente encontré la salida y me abalancé sobre ella. Corrí unos metros en la noche y luego me detuve y miré hacia atrás, pero mi sorpresa fue completa al descubrir que allí no había ningún hospital, sólo un terreno cubierto de pastizales tan altos como hombres.
     Caminé unos pasos por la calle desierta, sin saber qué hacer. Enseguida me encontré con el vigilante del barrio que refugiado en su garita trataba de encender un cigarrillo. 
    -Hombre, no sabe lo que acabo de ver- le dije con voz temblorosa. El vigilante no me prestó atención, por lo que seguí caminando. Dos cuadras más adelante me topé con un grupo de personas reunido en la calle. Cuando me arrimé vi el coche rojo destrozado, y mi motocicleta hecha un amasijo de hierros retorcidos en la acera. Había un cuerpo inerte sobre una camilla, bañado por las luces intermitentes de la ambulancia. Me acerqué a tiempo para contemplar mi rostro ensangrentado y desfigurado, los ojos ya sin vida, antes de que uno de los paramédicos lo cubriera con una sábana.  



informacion extraida de:http://www.666cuentosdeterror.com

"El fantasma"






video extraido de: radio universal historias de miedo

"UNA OSCURIDAD SIN IGUAL"

TENÍA DIEZ AÑOS RECIÉN CUMPLIDOS, y estaba cansado de la tiranía de su madre.


Que no hagas esto, que no hagas lo otro, que ordenes tu cuarto, que no te acuestes tarde jugando con la Play porque mañana tenés que ir a la escuela. Todo un sistema de reglas, leyes y contratos unilaterales con el sólo fin de ensuciarle la existencia. Porque él quería ser libre, jugar con sus amigos hasta la hora que le diera la gana, almorzar a las cinco de la tarde y cenar (por ejemplo) a las tres de la madrugada. Su madre quería que él fuese un paradigma ejemplar para la sociedad, cosa que le resultaba injusto, porque ella no era ejemplo para nadie.


Lo que más le molestaba de ella, de todas las cosas que tenía para elegir, eran los “candidatos”: los tipos con los cuales salía. Cada dos o tres semanas se aparecía con uno nuevo, con un nuevo “candidato”. Llegaban a su casa como si fueran reyes y se sentaban sobre el sofá y usaban las camisas con olor a naftalina de su padre, mientras miraban el fútbol o alguna película de acción en el cable. Le revolvían el pelo y se la daban de compinches, pero él sabía que ellos no se interesaban por él, en realidad sólo querían aparentar ser buenos tipos para acostarse con su madre. Él sólo tenía diez años, pero ya sabía muchas cosas. Y esos “candidatos” parecían empeorar con el paso del tiempo. Uno de los últimos le había ofrecido, durante cierta tarde, un porro para fumar. Él había negado con la cabeza, horrorizado. “Sólo tengo diez años”, había argumentado. A lo que el “candidato” había respondido, encogiéndose de hombros: “¿Y qué? Yo comencé a fumar a los nueve”.


Pensó que no podría seguir mucho tiempo así. Tarde o temprano uno de esos “candidatos” entraría a la casa y les robaría y quién sabe qué cosas más. Su madre ya no quería entrar en razones. A veces volvía borracha y le pegaba. Y se ponía más y más estricta con el paso de los meses. Como si quisiera redimirse a través del espejo que representaba su hijo.


Pensó entonces en matarla. 


No sería tan difícil.


Después de todo, la vida de su madre estaba sujeta a todo tipo de excesos y peligros. Fumaba dos atados por día. Bebía. Volvía a altas horas de la noche. Se acostaba con el primero que se le cruzara por su andar. Podía ocurrirle cualquier cosa: desde encontrarse con un asesino que la llevaría a la cama primero y le hundiría un cuchillo mientras dormía después, hasta caerse borracha de las escaleras, o pasarse con la bebida y terminar en un coma alcohólico. ¿Y a quién le extrañaría si un día salía a tender la ropa en la ventana y caía sin remedio hacia una muerte segura de siete pisos?


 Nadie investigaría el hecho. La borracha del “7A” se cayó borracha y se fracturó el cráneo, dirían. Murió en su maldita ley, dirían. Y dejó un chico a merced del destino. Libre. Envidiablemente libre.


Decidió hacerlo.


Se le acercó por detrás un lunes a la mañana. Silencioso. Su madre tenía medio cuerpo por fuera de la ventana, luchando para colgar una sábana en el tendedero. Ladeaba un poco el rostro para que el cigarrillo en su boca no se le apagara en el viento persistente. Y tenía resaca. Él lo sabía, porque sobre la mesada había un sobrecito de “Uvasal” que ella tomaba luego de sus noches de vino barato y lujuria exprés. Se le acercó por detrás y observó su camisón repleto de manchas oscuras y le dijo:


-¿Mamá?


Y ella se dio vuelta, mostrándole un perfil avejentado y ceniciento, para nada parecido al que sin dudas habría mostrado en lo mejor de la noche, bajo el eficaz camuflaje de las luces ultravioleta. Lo miró y quizá supo lo que él pensaba hacer, porque su voz tembló un poco al decir:


-¿Sí, hijo?


-Te odio, mamá. Papá se murió culpa tuya.


Y dicho esto la empujó con los hombros y con todo el peso de su cuerpo, como le habían enseñado a hacer en las prácticas de rugby.


Y ella, siguiendo las inquebrantables leyes de la gravedad, cayó. Cayó con su camisón manchado, con el cigarrillo en los labios pintarrajeados de rimmel, cayó con sus desgracias y miserias no confesadas. Cayó sobre el techo de un auto estacionado en el bordillo y su cabeza hizo: “¡Plum!”. La sangre salpicó a la vecina del segundo “B”, que justo salía para hacer las compras y al ver su vestido nuevo manchado de escarlata comenzó a gritar a todo pulmón.


“Muerte accidental”, dijeron los policías, y nadie alzó la voz para expresar su desacuerdo. La enterraron en el cementerio municipal, en un cajón de madera reciclada. A él lo metieron en un orfanato. Pensó que al fin alcanzaba la felicidad. En el orfanato había que cumplir ciertas reglas, pero en ningún modo eran tan asfixiantes e injustas como las de su madre. Era libre. Casi tanto como lo había soñado.


Pero no duró mucho.


Fue durante uno de los días de visita. Lo llamaron por el altavoz y él se extrañó de escuchar su nombre, porque nunca recibía visitas. Caminó hasta el comedor y ahí fue que la encontró, sentada al lado de un tipo de apariencia andrajosa. Tenía la mirada un poco extraviada, pero aparte de eso era la misma de siempre.


Un sombrero estilo capelina adornaba su cabeza. 


-Hola, hijo- le dijo su madre-. Te presento a Carlos, mi novio. ¿Me estuviste extrañando estos días?


El tipo, Carlos, le sonrió con una sonrisa desdentada. Aún desde los buenos cinco metros que los separaban, él pudo percibir el olor del nuevo “candidato”. Era un olor a podrido, a tumba recién abierta.


-¿Vas a quedarte ahí parado, o vas a venir a abrazar a tu madre?- dijo ella ante el mutismo de él. Y se sacó el sombrero y dejó al descubierto una cabeza partida a la mitad, con los sesos amarillentos escurriéndose a través de una grieta en la coronilla.


Él se dio vuelta y echó a correr. Pero antes manchó sus pantalones. Desde entonces fue conocido en el orfanato como “El Amarronado”. Pero él estaba lejos de preocuparse por estas cuestiones, porque ahora veía a su madre casi todos los días. Siempre acompañada por nuevos tipejos, hombres sin brazos, con cuchillos en la espalda, con el rostro chamuscado o sin ojos. Todos tan muertos como su madre. Todos tan oscuros y tristes como ella.


Su madre se había convertido en la Puta del Infierno.


Supo que no tardaría en volverse loco y que sólo quedaba una escapatoria. Lo hizo durante una noche, mientras los demás dormían. Dos vueltas de la soga en el cuello y a saltar. A esperar a la oscuridad, a esperar el olvido. Pero lo aguardaba una última e inesperada sorpresa.


Porque no hubo oscuridad, no hubo tampoco olvido. Es decir, sí los hubo al principio, o al menos una especie de sombra sin nombre que se deslizaba por detrás de sus ojos y le desgarraba la razón. Pero luego surgió un punto de luz roja que se fue ampliando hasta cubrir casi por entero el horizonte. Abrió los ojos y entonces percibió el dolor de los condenados, el rictus eterno que comenzaba a dibujarse en la comisura de sus labios. El lugar era Infinito. En la cima de una montaña había una silla tapizada en pieles humanas, ocupada por un ser gigantesco, y bajo él una docena de mujeres ensangrentadas le lamían los pies con expresión de asco. Una de esas mujeres era su madre. Alzó la cabeza y lo vio, y entonces le dijo:


-Bienvenido, hijo, bienvenido a la Oscuridad Sin Igual. Seguirás las órdenes del Amo, y también las mías, porque después de todo yo sigo siendo tu madre- deslizó una lengua bífida por los dedos de los pies del ser gigantesco, y luego, como recordando algo amargo, agregó:- Y ya no podrás matarme para librarte de mí. Estoy muerta. Ambos estamos muertos. Bienvenido al Infierno, hijo. Que tengas una larga e ingrata estadía en él.


Pero él no escuchó estas últimas palabras, porque ya había comenzado a gritar y a arrancarse la piel de la cara.
 
 
 
 
informacion extraida de:http://www.666cuentosdeterror.com/

"Almas Errantes"




Dice la leyenda que siempre hay alguien detrás de ti. Un alma errante, alguien que ha perdido el camino y sólo quiere aferrarse al último haz de calor que es capaz de encontrar. A veces, quien te acompaña es alguien luminoso y puro, alguien quien te desea el bien y puede intervenir por ti en los momentos de peligro. Pero a veces uno no tiene esa suerte.  Dice la leyenda que la única forma de ver a esa “compañía” es a través de un reflejo oscuro: un espejo en la penumbra, un estanque en mitad de la noche.  O la pantalla de un celular apagado.




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"El Horno


Cuento de Terror 15: "El Horno"
PARECE MENTIRA que las cosas se rompan cuando uno no tiene plata para reponerlas. Esto fue lo que pensó Mirasol cuando su viejo horno alimentado por gas natural, heredado de su madre, finalmente sucumbió al óxido y al paso del tiempo. Y justo cuando Luis, su marido, se había quedado sin trabajo. Fueron a la casa de electrodomésticos y preguntaron los precios, y pese a que el vendedor trató de tentarlos con una “imperdible oferta” y un método de pago basado en “cómodas y sorprendentes cuotas fijas”, los esposos se dieron cuenta de que nunca podrían pagar aquel “nuevo y fabuloso horno”. “Tendremos que comprar uno usado”, se dijeron entre sí. Así que fueron a una casa de empeños y se hicieron de un viejo horno marca Orbis, que poseía cuatro hornallas y un botón de encendido eléctrico. Luis lo llevó en la parte trasera de la chata y luego hizo la instalación esa misma tarde. Y ahí fue que comenzaron los problemas. 
   Primero fue “Church”, el gato. Marisol se levantó a las dos de la madrugada a tomar un vaso de agua y escuchó unos maullidos provenientes de la cocina. Fue a ver y allí, metido en el horno y maullando de desesperación y terror, estaba el gato. La mujer abrió la puerta del horno y el gato salió disparado rumbo a los interiores de la casa. Días después Marisol vio otra cosa todavía más inquietante. Era de noche y se encontraba sola porque Luis había salido a beber con unos amigos. La mujer estaba entretenida horneando unas cupcakes, cuando de repente escuchó un ruido que provenía desde el interior del horno. Pensó que eran las cupcakes que habían reventado, y se inclinó parar mirar a través del vidrio. No eran las cupcakes: había una mano allí, ennegrecida por el fuego. Marisol dio un alarido y cerró la llave del gas y luego llamó por celular a su marido, pero éste no le contestó. 
    ¿Qué diablos había sido eso? Comenzaba a sospechar que aquel horno estaba embrujado o algo así. Sabía que podían ocurrir esas cosas. Los objetos a veces quedan impregnados por la maldad de su antiguo dueño. Quizás el anterior propietario había sido un psicópata que cocinaba a sus víctimas en el horno, aunque la idea le pareció descabellada. Volvió a llamar a su marido y tampoco obtuvo respuesta. Marisol mientras tanto se había encerrado en el dormitorio, porque tenía miedo de volver a la cocina. En algún momento de aquella larga noche se durmió, y se despertó por los maullidos insistentes del gato. Había olor a gas, y cuando la mujer corrió hacia la cocina, se encontró con su esposo, que había metido la cabeza en el horno y le había dejado una nota de suicido sobre la mesa. 
    Nunca más se supo de Marisol. Enloquecida por el dolor se alejó de la casa y se perdió en la noche. La casa quedó en venta, con todos los muebles dentro. Un año después, un agente inmobiliario se encontraba mostrándole la casa a una joven pareja, cuando sintieron un hedor proveniente del horno. Abrieron la puerta y allí estaba el pobre Church, ennegrecido y cocinado hasta la muerte. 


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"El Taxi"





video de: radio universal historias de terror

"El Fantasma de Youtube"

Cuento de Terror 10: "El Fantasma de Youtube"HACÍA RATO que el cumpleaños de Jimena había terminado, aunque las chicas se quedaron hasta tarde repasando las fotos y videos de aquella jornada. Estaban en el dormitorio de Jimena, que tenía un amplio ventanal que daba al patio trasero. De vez en cuando las chicas reían y se mostraban las fotos que habían tomado con sus celulares; luego las subían al Facebook y hacían comentarios graciosos a la espera de alguna respuesta. Jimena era la más favorecida, sus comentarios eran respondidos de inmediato por dos o más chicos que estaban online. Sus amigas la miraban con una mezcla de burla y envidia, aunque no se quejaban, sabían que esa noche Jimena lucía espléndida. 
   -Chicas, quiero que vean un video que filmé con el celu- dijo después Romina, dominando la risa-. Está genial. 
    Las otras chicas rodearon el celular para ver el video. No era gran cosa, apenas uno de los chicos bailando y haciendo el payaso sobre el sofá, aunque a las chicas les resultó mortalmente divertido. 
    -Vamos a subirlo a Youtube- propuso Romina. 
    -No- dijo Jimena de inmediato. 
    Sus amigas voltearon para verla, extrañadas. 
    -¿Por qué no? 
   -¿No escucharon lo que pasa con los videos de Youtube?- Jimena había perdido su aire risueño y ahora se veía muy preocupada-. Parece que anda dando vueltas una especie de virus informático que afecta a los videos. No contagia a todos los videos, algunos dicen que apenas al uno por ciento, pero si te llega a tocar… dicen que es aterrador.
    -¿Qué cosa? 
    -Primero empieza con una mancha negra en un ángulo. Después la mancha se empieza a extender por todo el vídeo, se borran los paisajes, las caras, también los sonidos. Al final queda todo negro, y se escucha como una especie de respiración, aunque no se sabe de quién es, porque no se ve nada. Y después, desde aquella oscuridad, sale una cara horrible que te mira durante unos segundos, y el video termina. 
    -Qué espanto- dijo Romina. 
   -A mi me parece una estupidez- dijo Florencia, que era la escéptica del grupo-. Debe ser una de esas campañas que se hacen para arruinar la reputación de una empresa. Como cuando dijeron que la Coca Cola está hecha con sangre de cerdo. 
    -¿De verdad? Nunca escuché eso. 
    -Porque es una estupidez, por eso. 
    -Igualmente ahora me dio miedo y no quiero subir el video- dijo Romina.  
    -No seamos estúpidas, chicas- insistió Florencia-. Ya tenemos catorce años, estamos bastante grandes para creer en los cuentos del coco. 
    Y antes de que alguien pudiera detenerla, arrebató el celular a Romina y apretó el botón para subir el video a Youtube. 
     -¿Qué haces?
     Florencia rió y salió corriendo con el celular rumbo al baño. Se encerró ahí y por más que sus amigas golpearon la puerta, la chica no abrió. 
     -Flor, sal de ahí ya mismo porque… 
    Al cabo de un rato la chica abrió la puerta. Su expresión se había transformado por completo. 
     -Parece que es verdad lo del virus- dijo, y mostró el celular-. Miren. 
    El video, que ahora estaba en la plataforma de Youtube, mostraba una mancha negra en el ángulo superior izquierdo, que poco a poco se iba ensanchando. 
     -Te lo dije- susurró Jimena-. Te dije que esto podía pasar. 
     -¿Y ahora qué hacemos? 
     -Nada. Ya es tarde. El virus se adueñó de la página. 
    Las chicas se quedaron viendo el transcurrir del video, que poco a poco se iba oscureciendo y perdiendo color. 
     -No sé si quiero verlo hasta el final- dijo Jimena en voz desmayada-. No sé si quiero ver esa cara. Mejor vamos a detenerlo aquí. 
     -No se puede- dijo Romina, que había palidecido-. Parece que el celular está colgado. 
    Trató de reiniciar el aparato, pero fue inútil. Mientras, la mancha del video se fue agrandando, hasta que finalmente ocupó toda la pantalla. 
    -Ahora- dijo una de las chicas-. Es ahora. 
   -No quiero ver- repetía Jimena-. No quiero ver. 
    Pero vieron. Y la negrura total estaba ahí, en la pantalla de cuatro pulgadas, pero no aparecía ningún rostro demoníaco. Finalmente el video terminó y el celular se apagó solo. 
    -Bueno, no fue tan terrible como… 
    Romina señaló hacia la ventana; las luces del patio se había apagado por completo. 
    -¿Alguien sabe quién… 
    Pero no pudo terminar la frase. En la ventana había aparecido un rostro. Un rostro que flotaba en la oscuridad, de rasgos humanos aunque tenía los ojos completamente negros, y de su boca salía una especie de resoplido parecido al relincho de un caballo. La cara miró a las chicas, una por una, y luego emitió una risa aguda, casi un aullido. 
    -No lo miremos- dijo Jimena, retrocediendo hacia la pared opuesta-. No lo miremos y se irá. Es una aparición. Nosotros la invocamos pero podemos hacer que se vaya. 
    Y entonces las chicas se tomaron de las manos y miraron hacia el suelo, llorando y rezando en voz baja, pero al rato la luz de la habitación se apagó y en la profunda oscuridad escucharon el ruido de la ventana al abrirse.




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